No escribir algo todos los días, o con cierta frecuencia, expone a cualquier blog al riesgo de convertirse en una colección de obituarios. Las pérdidas desatan emociones que pueden derivar, a su vez, en textos de escritura obligatoria. Y así es como el blog que comentaba noticias, reflexionaba sobre cosas que pasan o recordaba acontecimientos olvidados, empieza a parecerse al recipiente del llanto por nuestros muertos.
Pero este caso es distinto. Ray Bradbury murió el pasado 5 de junio a los 91 años, y con su desaparición una parte querida de nuestra infancia entró en fase de disolución.
El autor de “Fahrenheit 451” es, además, un escritor cercano, quiero decir: la poesía marciana que cosechó Bradbury debió tener su toque argentino para fascinar a Jorge Luis Borges, autor del prólogo de “Crónicas marcianas”, a Aldo Sessa, dibujante de “Fantasmas para siempre”, o para inspirar a todos esos periodistas criollos que consultaron su opinión sobre la vida extraterrestre cada vez que una oleada de avistamientos de ovnis asolaba estas tierras. Estuvo cerca nuestro hasta para ser víctima de la superstición e incluso de la clásica chantada porteña, como lo documenta en un maravilloso ensayo el escritor Gustavo Nielsen.
Como el relato de Nielsen merece ser leído completo, basta decir que la anécdota que une al Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, al libro “Crónicas marcianas” y a su autor es descripta de una manera muy realista; bueno, hasta cierto punto, porque en cierto punto, no diré cuál, desbarranca a la ficción.
El 26 de abril de 1997 Bradbury participó de un acto realizado en el Planetario, donde fue designado Visitante Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. El mismo Ray le había pedido por carta al entonces director del Planetario, don Antonio Cornejo, su deseo de conocer el edificio. Pero la cosa se le fue de las manos, porque la visita informal que el escritor pretendía se convirtió en un acontecimiento de cierto inesperado vuelo, que incluyó la cita a último momento de varios autores noveles, entre ellos el propio Nielsen y algún advenedizo, como el figuretti capturado en la escena que reproducimos a la derecha.
Lo más importante que sucedió aquel día tiene que ver con la historia que le refirieron a Nielsen y que, tal vez, Bradbury llegó a conocer, motivo que explicaría la curiosidad que sentía el escritor de Illinois por el plato volador de hormigón armado posado en los parques de Palermo.
Al parecer, Enrique Jan, el arquitecto que diseñó y dirigió la construcción del Planetario, habría quedado hechizado con “The Martian Chronicles” (1946), que leyó en su idioma original en 1959. Según habría revelado Bradbury en cierto reportaje que, hasta donde sabemos, nadie ha localizado, la primera edición del libro tenía propiedades mágicas, protectoras. Jan poseía un viejo ejemplar, al que veneraba como si fuera un amuleto. A principios de 1960, cuando estaba por terminar el edificio, Jan tuvo una disputa con la compañía constructora, que el arquitecto habría resuelto invocando los poderes de aquel ajado ejemplar de “Crónicas marcianas”.
No cuento más para no arruinar la lectura del ensayo de Nielsen, titulado “La precaución de un proyectista”. Pero mentar aquella historia me pareció un modo digno de recordar al gran escritor, que amaba a la ficción más allá de cualquier encasillamiento y que siguió siendo clasificado como “escritor de ciencia ficción”, pese a que su obra rebalsó el género.
También quisiera agregar que una de las despedidas más justas con el hombre detrás del escritor que leí en estos días fue la del escritor e historietista británico Neil Gaiman, en The Guardian. Dice que un amigo suyo conoció a Bradbury a los 11 años de edad. Ray pasó medio día con él, dándole consejos. “Tienes que escribir todos los días”, le machacó al niño, hoy un escritor que alcanzó el raro privilegio de vivir de la escritura. “No importa si te gusta o no, tienes que escribir sin interrupciones. Es un trabajo, pero es el mejor de los trabajos”, le decía.
Gaiman, quien también conoció a Bradbury, lo recuerda como a un tipo amoroso, como sólo lo puede ser el tipo de persona que dedica la mitad de un día a un niño que desea ser escritor. Y que le recomendaba que escribiera todos los días, el mismo consejo que nos daría a nosotros para que este blog no se transforme en una colección de obituarios.
Bradbury y Bioy Casares en la Feria del Libro de Buenos Aires, 1997 (El informe es una picardía, pero hasta donde sabemos es el único disponible en la web de las visitas del escritor a la Argentina).