Una de las fatalidades de quienes somos una pieza más en el circuito de manufactura de un documental (o, como en este caso, una serie de documentales) es que estamos lejos de todo. De los méritos, del éxito, del fracaso. Bueno, quizá no de los errores. Como quiera que fuese, pese a que a lo mejor sólo fuimos un ladrillo en la pared, debemos asumir las responsabilidades que nos tocan, cualquiera sea el resultado.
Todo para decir que a las 22 hs de este jueves 18 de agosto, National Geographic Channel comenzará a emitir Profecías, un ciclo dedicado a gurúes latinoamericanos que afirman saber lo que vendrá, personas cuyas vidas fueron atravesadas por acontecimientos proféticos y constelaciones de creencias organizadas alrededor de libros, señales, mensajes que anuncian un futuro generalmente maravilloso o terrible (raramente más de lo mismo).
Aclaro de entrada que el lector encontrará este texto muy personal. Esto es inevitable, ya que este ciclo comenzó a gestarse en la misma computadora con la que escribo estas líneas, hace poco más de un año.
Al principio sólo fue un catálogo de gurúes milenaristas de América Latina. Más tarde, por esos azares del formato, comenzó a crecer toda la parafernalia que rodeó (y rodea) a las profecías Mayas. A pesar de ese desvío, determinado por la realidad social (lo que sucederá y, sobre todo, lo que no sucederá en 2012 es “el tema profético” del día), el proyecto se realizó con toda la seriedad y la responsabilidad que corresponde imaginar para un asunto tan delicado; entre otras cosas porque, desde el comienzo, éramos conscientes de que trabajábamos sobre una de las más frágiles estructuras con las que las personas sostenemos un discurso, esto es, nuestras creencias. Sin haber visto todavía el ciclo, estoy seguro que esa seriedad, y esa responsabilidad, sobre todo por el profesionalismo de mis compañeros de SnapTV, se mantiene a lo largo de los cinco episodios.
Al mismo tiempo, tengo claro que el departamento de publicidad de los canales de televisión está lejos de las oficinas de producción. Esto no es una metáfora. Lo digo en serio: el póster que ahora promociona el ciclo en las calles de Buenos Aires parece el afiche de una secta milenarista. “2012. Profecías. El final está realmente cerca”, dice el eslogan. Sé lo difícil que es atraer la atención del público con descripciones descoloridas. Lo que cuesta entender, ni puedo justificar, es la falta de imaginación. Ni que NatGeo haya acuñado como propia una frase que forma parte de las fantasías apocalípticas de algunos de los protagonistas del ciclo. Seguramente, los publicistas de NatGeo creen que transmitir temor sobre el eventual cumplimiento de una profecía convocará a más público que despertar curiosidad por el cíclico fenómeno cultural del milenarismo.
Me voy a poner (un poco) teórico. Sospecho que la cuestión profética (esto es, el concepto manejado por quienes cultivan una certeza religiosa sobre el final de los tiempos o sobre la proximidad de una Nueva Era) genera interés en amplias franjas sociales porque se juegan cuestiones más importantes que los propios dichos de un cierto profeta. Ellos hablan situados en un mapa poco dinámico de la realidad social. En todos los casos, suponen la existencia de un futuro escrito. Frente a este supuesto tenemos pocas opciones. Podemos quedarnos quietos, esperando ser arrastrados por sucesos imposibles de modificar, caer simpáticos al gurú que nos permitirá formar parte del selecto club de elegidos u otras alternativas por el estilo, donde somos más espectadores que protagonistas. Sin embargo, todos tenemos una vaga idea sobre lo que esperamos del futuro. Cualquiera sea esa idea (si es optimista, puede estar amenazada; si es pesimista, queremos conocer los plazos) necesitamos información que confirme nuestras ideas (creo que no es necesario decir por qué raramente buscamos información que las refute).
Por otra parte, todas las personas que he conocido, inmersas en el fenómeno profético, sienten que tienen un papel que jugar de cara al porvenir. Y si hay algo que no saben es si sus esfuerzos habrán valido la pena. No parecen sentirse predestinadas. Tienen dudas, las mismas dudas -infiero, sin estar libre de error- que luego les permitirán ponerse en pie ante la adversidad (se haya cumplido o no la profecía, en ambos casos el desastre es inevitable -uno en el plano físico y otro en el cognitivo). Soy más bien partidario de desalentar estas creencias. Pero tampoco debemos ser tremendistas ante sus consecuencias.
Mi tangencial participación en este proyecto de NatGeo, aparte del borrador sobre el que se construyeron buena parte de los cinco episodios, fue impulsar la serie desde la producción a lo largo de tres meses. Durante ese lapso, nos contactamos con varias docenas de personas a quienes les garantizamos, sin la menor sombra de engaño, que la serie tendría un enfoque humanista y científico, fuera del sensacionalismo típico y tratando, ante todo, de presentar testimonios que permitan comprender la construcción social del Milenio.
Todos los protagonistas entrevistados han aportado para el mismo propósito. Desde la mujer que sigue a José “Votan” Arguelles (por entonces vivo) y espera el 21 de diciembre de 2012 en una carpa en medio de las sierras de Córdoba sin perder la esperanza de que la profecía falle (“así puedo volver a usar el lavarropas”), hasta los autoexcluidos, como el gurú que tiene en tan alta consideración su propio papel en “el proceso evolutivo de la Tierra” que prefirió no arriesgar su prestigio prestando su rostro a NatGeo.
Como escribí arriba, colaborar en la realización de un ciclo ambicioso como éste, donde uno estuvo lejos del lugar de las decisiones, da cierto vértigo, sobre todo por la falta de control que uno tuvo para alcanzar tales resultados.
Aún así, puedo asegurar que muchas de las historias que se verán a lo largo del ciclo (más allá de las frases publicitarias) son conmovedoras, extrañas e instructivas. Creo que esto es suficiente para incentivarlos a seguir Profecías y, si quieren, luego conversar aquí sobre lo que habremos de ver a lo largo de un mes y pico.
(Quiero agradecer a Antonela Joannas, Lucila Carmona, Josefina “Pina” Di Toto, Darío Schvarzstein, Alejandro Ravazzola y Fernanda Sancho, mis compañeros en lo que duró aquel trabajo y de quienes he aprendido más de lo que pude enseñar. También a Ariel Tobi, que puso lo suyo para que las fichas cayeran en su lugar, pese a que algunas luego se perdieran en el camino.)