A fines de este año, Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, instruyó instalar 25 adornos navideños (formados por tres enormes bolas unidas) en otras tantas plazas. Junto a ellos, el dirigente del Pro (Derecha-Derecha) hizo construir varias casillas que fueron habitadas por unos señores hacinados dentro de sus trajes de Papá Noel. Dos o tres chicas vestidas de duendes cooperaban con estos Santa Claus abúlicos, que distraían a los niños o a padres babosos mientras estos espantapájaros rojos se hidrataban o fumaban a escondidas.
La iniciativa pretendía que los ciudadanos donaran juguetes o ropa, pero estuvo tan mal comunicada que nadie sabía qué significaban esos ornamentos a-funcionales empotrados en los espacios verdes de la capital. Las tres pelotas abandonadas mantienen vivo ese fracaso. ¿Y ahora? Ahora la Navidad 2010 ha llegado a su fin. Macri ya puede hacer quitar sus bolas anti-bonsai.
Sería bueno que, a fines de 2011, su reemplazante consulte a los electores que no comulgamos con el culto a las bolas ni con otros ritos paganos. No para impedir la celebración religiosa, sino para disfrutar de la justa opción de recibir una compensación simbólica (como un par de plazas a dónde llevar a personalidades agnósticas o ateas para perorar sobre las bondades de un Estado libre de la influencia católica) que repare la falta de consideración que supone ignorar a quienes piensan que Navidad solo significa una noche de cena copiosa.
Pero, como los a-religiosos jamás seremos consultados, nos conformaría con que Macri retire sus bolas. La Navidad terminó.