Las redacciones periodísticas de los 90 deparaban sorpresas inauditas. Por ejemplo, un redactor de política que escribía sobre fenómenos aún más extraños que la política podía ser invitado a cubrir una guerra.
Bastante rutinario era el periodista del ejemplo, quien hace 30 años ya escribía y editaba una sección llamada “En Trance. Meditaciones, crónicas e investigaciones sobre las experiencias, creencias y fenómenos más extraños de fin de siglo”.
A mediados de 1994, la llamada “La Nueva Prensa” o “La Prensa de Amalita”, eufemismos que usábamos para no aceptar que éramos tropa del hoy casi extinto matutino La Prensa, amagó con modernizarse. Javier Avena y José Antonio Díaz, ex editores de «Gente», me invitaron a ser parte del proyecto.
No sé qué día de enero de 1995, el diario decidió mandar un cronista a cubrir la guerra entre Perú y Ecuador, o Guerra del Cenepa. En Internacionales nadie quería ir. Yo era redactor, casi a regañadientes, de la sección Política. Casi a regañadientes porque mi felicidad era hacer cada lunes mi sección «En Trance. Meditaciones, crónicas e investigaciones sobre las experiencias, creencias y fenómenos más extraños de fin de siglo».
¿Querés ir vos, Ale? “Imposible, no sigo el tema. Me debería leer toda la historia del conflicto. Imposible.” Mis excusas debieron sonar poco persuasivas, porque a José Antonio la sonrisa se le ensanchó. “No hace falta que sepas nada. Andá y escribí sobre lo que ves. Es una mirada argentina de la guerra. Lo vas a hacer bien”. Por un lado, me daba pena abandonar En Trance. Por el otro, pensé, a lo mejor lograba que Laurita, la chica que me gustaba, descubriera que yo era alguien esencial en su vida.
Mi vieja había fallecido hacía poco, estaba lejos de formar una familia y valoraba poco mi propia existencia. ¿Por qué no? , me dije. Agarré viaje. Creo que aquella misión me mostró que yo era mejor cronista que autor de sesudos ensayos que requerían montañas de material bibliográfico.
En esos tiempos había plata. Me llegaron a autorizar un gasto de U$ 500 para participar de una peregrinación periodística hasta la Cueva de los Tayos, cerca de la mítica Tiwinza. Ya en el helicóptero, los militares ecuatorianos nos invitaron a sentarnos en los cascos. “A veces los tiros vienen de abajo”, explicaron.
Para En Trance, le dejé a José Antonio dos notas en parrilla. Una de ellas, que quedó en manos del traductor del diario, Jorge Martinez, era la autobiografía de Carl Sagan que había adelantado The Skeptical Inquirer. Esas memorias eran parte de un librito que se iba a llamar “El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad” (1995).
Cuando volví Laurita no me había extrañado. Pero no me importó nada.
Viaje a las estrellas. Fascinación y escepticismo en la autobiografía de Carl Sagan. La Prensa, 13/2/1995. Se puede descargar en pdf desde aquí.
Un lugar en el mundo. Llegar a Tihuinza, una misión casi imposible para la prensa. La Prensa, 20/2/1995. Se puede descargar en pdf desde aquí.
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