Desapariciones Misteriosas: La Larga Sombra del Pie Grande y Otros Sucesos Paranormales

El Prof. Fernando Soto Roland explora la biografía y afirmaciones públicas de David Paulides, un autor a quien The History Channel arrebató del más oscuro anonimato y lo convirtió en otra estrella fugaz del firmamento mediático. El autor revisó la bibliografía sobre las «desapariciones misteriosas», una casuística que hace décadas hizo mucho por la prosperidad de Charles Berlitz y por la fama del otro autor enigmático, un tal Robert Brenn.

Por Fernando Jorge Soto Roland

Hace tiempo que el internacional y archifamoso The History Channel ya no es lo que solía ser. En algún lugar del camino perdió el rumbo y sus antiguas producciones, caracterizadas por la seriedad y el sentido crítico, fueron suplantadas por una serie de programas en los que las hipótesis delirantes y las más descabelladas conjeturas coparon la grilla.

De History ya no tiene casi nada y se corre el riesgo de hacerle creer a su distraída audiencia que especular sin sentido alguno sobre extraterrestres, fantasmas, monstruos, maldiciones egipcias o jerarcas nazis tratando de reconstruir el Tercer Reich en Sudamérica, son temas que hacen al oficio de los historiadores profesionales.

Las opiniones escépticas se han desvanecido y los únicos visos de realidad que se exhiben son las transacciones comerciales y la ganancia fácil vendiendo antigüedades en un negocio de mercachifles millonarios de Las Vegas, o las cacerías de alces y osos en las frías planicies de Alaska, junto a ermitaños barbudos que hacen de la soledad un culto nada trascendente.

La televisión basura y las mentiras coparon la escena. El oficio de historiar está desvirtuado y sólo las formas importan. El contenido ha sido arrojado por la cloaca del negocio y el rating. Es lo único que interesa.

Hace tiempo que mi zapping no se detiene en el canal de la gran “H”. No capta mi interés y, cuando lo hace por casualidad, suele dejarme un sabor amargo en el que se mezclan la rabia, la impotencia, el desagrado y unos deseos inconfesables de romper la pantalla a patadas.

Muy poco de lo que transmite la multimillonaria señal merece la más mínima confianza. Las opiniones se tergiversan. Los comentarios que se alejan de la tónica elegida se editan a fin de coincidan con ella, buscando generar un clima de misterio, emociones y peligros ficticios (véase el tiempo que se le dedica a enumerar las trabas que los “investigadores/exploradores” deben salvar en cada uno de los capítulos, mientras todo un equipo de producción les asegura comida, protección y cierto nivel de confort).

Todo es show. Entretenimiento. Una catarata de imágenes espectaculares que seducen la imaginación, transmitiendo ideas no dichas, dándoles verosimilitud a fantasías nacidas en el deseo de creer. Y así, personajes de dudoso prestigio académico copan la escena y sus rostros, tan llenos de “estúpida importancia”, enarcan las cejas, miran con seguridad a la cámara e impostan la voz, buscando frases rimbombantes para aseverar verdades que sólo en sus relatos son ciertas.

Hoy por hoy, una rápida pesquisa por internet nos permite conocer (aunque más no sea mínimamente) quién habla, de dónde viene o qué formación tuvo; y así entender por qué dice lo que dice. Los resultados suelen ser decepcionantes. Tanto como el producto final que exhiben por televisión.

Hace poco menos de un mes me ocurrió algo muy singular: detuve mi atención por espacio de una hora y media frente a la denostada pantalla de The History Channel. Aquel programa que ponían al aire versaba sobre personas desaparecidas en espacios abiertos. Pobres incautos que se habían esfumado de la faz de la Tierra sin, aparentemente, explicación racional alguna. El iceberg del misterio asomaba su punta y, como el Titanic, puse proa hacia ella. Tal como lo imaginé, terminé hundido en un océano de conjeturas extravagantes y afirmaciones traídas de los pelos. Su anfitrión y “experto” de turno era un ex policía estadounidense llamado David Paulides. Un singular “investigador” ―hoy mediático― que decía haber dedicado nueve años de su vida en registrar miles de “misteriosas desapariciones” ocurridas en los bosques y Parques Nacionales de su país natal.

Recién entonces me enteré de que tenía varios libros autopublicados sobre el tema y en venta por internet. Que daba charlas a lo largo y ancho de Estados Unidos y que sus trabajos eran vistos por centenares de curiosos en YouTube.

Paulides es un mago del misterio. Un cultor de la criptozoología, un conspiranoico de tiempo completo y un sólido creyente en la vida extraterrestre y fenómenos anómalos. En pocas palabras, un “especialista” ideal para el History.

Lo que sigue a continuación es una síntesis de sus hipótesis. De su forma de ver el mundo y un nuevo ejemplo de la mirada poco criteriosa, fantástica y sinsentido, que legiones buscan, al final del día, para matizar sus vidas.

PARTE 1: LA NATURALEZA INDOMABLE DE AYER Y HOY

“Nos están cazando”. Así reza una alarmante premisa que los amantes de las conspiraciones deslizan por las redes sociales cada vez que algún infortunado caminante desaparece en la espesura de los bosques vecinos a la civilización.

El peligro está cerca. Casi al alcance de la mano. Basta con alejarse sólo un poco del sendero, debidamente señalizado, para poder ser absorbido por fuerzas extrañas que descartan todas las explicaciones convencionales y convierten, en especial a los nominalmente semidomesticados Parques Nacionales, en escenarios de extraordinarias pesadillas. Porque como es de prever en estos casos, las ordinarias poco importan.

Todos los años, miles de personas desaparecen sin dejar rastros. En su mayoría, esas desapariciones pueden ser esclarecidas recurriendo a causas lógicas: accidentes, ataques de animales salvajes, secuestros, asesinatos o suicidios. Pero un mínimo porcentaje de ellas quedan sin resolverse, dado pábulo a las hipótesis más desconcertantes, que son de las que hablaremos en este artículo.

Nada tiene que ver la temática de estas líneas con los desaparecidos de las dictaduras criminales que gobernaron de facto nuestros países o las víctimas del narcotráfico organizado. De esas catástrofes éticas conocemos sus causas y a sus responsables principales: monstruos muy diferentes a las imaginarias criaturas que salpicarán los párrafos subsiguientes.

Por lo general, inexplicado no significa inexplicable. La mayoría de las veces sólo lidiamos con falta de información. Y son justamente esos huecos en el proceso heurístico los que habilitan a que muchos los rellenen con sucesos fuera de lo normal, exagerando el misterio que siempre se oculta detrás de ellos. La ansiedad por resolver el enigma de manera espectacular atenta contra la paciencia y la cruda realidad de reconocer que hay casos de los que nunca tendremos una solución clara. Nada de esto amerita que debamos involucrar, en la etapa hermenéutica, a Pie Grande, puertas dimensionales y extraterrestres. Aunque es lo que lamentablemente ocurre. Al menos en ciertos ámbitos de difusión.

Las desapariciones misteriosas, más allá del terrible componente dramático que poseen, atraen a millones a personas. Basta recordar el éxito que tuvo el libro El Triángulo de las Bermudas (1974) de Charles Berlitz, para reconocer que el tema vende y que los finales abiertos son movilizadores. Después, el morbo completa la receta y la oscuridad romántica de lo impenetrable exacerba el misterio, el miedo y la impotencia. Puertas privilegiadas de entrada al universo de lo extraño.

No en vano, famosas series televisivas que tenían a lo paranormal como tema principal, exhibieron sus segmentos sobre desapariciones misteriosas. Los adornaron con una cuota de exotismo que, como hoy, tenían a la selva, los bosques, los sitios aislados, grandes océanos y montañas, como ineludibles escenarios del drama. Así pues, desfilaron por la pantalla exploradores y alpinistas, aviadores y distraídos turistas; todos envueltos en un clima de despolitizado romanticismo que, a la postre, hicieron de ellos verdaderos héroes de leyenda.

El caso de Percy Harrison Fawcett quizás sea el más famoso de todos, pero no él único. Su archiconocida desaparición en la selva amazónica en 1925, mientras buscaba una ciudad perdida que creía relacionada con la Atlántida, alimentó y sigue alimentando decenas de hipótesis descabelladas. Pero la desgraciada suerte del explorador británico sólo la podemos vincular en mínima parte con las personas desvanecidas que trataremos aquí.

Fawcett se perdió en un contexto muy ajeno al de las ciudades modernas. Demasiado lejano: el Amazonas brasileño. No es común que la gente adentre sus botas por esos parajes y, cuando lo hacen, saben de antemano que las posibilidades de no volver a salir son enormes, máxime cuando se internan solos, con poca compañía, sin guías idóneos o mal pertrechados.

Muy diferentes son las desapariciones que ocurren dentro de los bosques y Parques Nacionales que tenemos a la mano. Al menos así se conceptualizan en primera instancia. Que paguemos entrada y tengan guardaparques vigilando senderos en apariencia seguros, no es óbice para que las personas no desaparezcan. Los accidentes ocurren.

La cuestión es que imaginamos esas extensiones boscosas como si fueran el patio trasero de nuestras viviendas. Pero no lo son. Constituyen áreas tan peligrosas como las mismísimas selvas. De hecho muchas de ellas son reservas de ese tipo. Por más cercanas que estén, siguen siendo espacios salvajes. Lugares peligrosos. Muy parecidos a las junglas lejanas, en las que se supone ―erróneamente― sólo anidan los riesgos.

Tenerlos cerca no significa que los bosques y entornos montañosos estén domesticados. Recorrerlos sin tomar las medidas del caso puede acarrear problemas por demás serios. La confianza mata al gato, dice el refrán, y los peligros reales aparecen a cada paso. En ellos hay que buscar las respuestas de las llamadas “desapariciones misteriosas”.

Tampoco hay que olvidar algo: las regiones aisladas, de difícil acceso y lejanas, son depositarias de una larga tradición fantástica. Aún las que tenemos al alcance de la vista no se libran de esa operación imaginativa. El bosque, como antaño, nos sigue colocando ante situaciones psicológicamente vulerables. Es la naturaleza en estado puro, y occidente hace tiempo que se ha separado demasiado de ella.

El contexto genera significado. Moldea las percepciones y las interpretaciones. Si partimos de esa base, las hipótesis descabelladas son sólo eso: hipótesis descabelladas derivadas de un contexto muy particular.

Cartelera y escenario del film El Proyecto Blair Witch (1999)

En 1999, una película de bajo presupuesto impactó al público del mundo entero. Con apenas unos pocos miles de dólares y simulando un documental casero, El Proyecto Blair Witch rescató uno de los temores más ancestrales de nuestra especie: el miedo al bosque.

El film cuenta una historia sencilla. Un típico relato de terror muy parecido a los que nuestros padres nos relataban antes de irnos a dormir. Un Hansel y Gretel reeditado, con final amargo, en el que un grupo de intrépidos adolescentes se internan en un bosque con fama de estar encantado y desaparecen bajo los malignos influjos de una bruja que jamás se ve, pero que está presente en todo momento.

La película tocó una fibra muy íntima del imaginario popular occidental y la floresta embrujada se convirtió en un escenario de pesadillas. Árboles inmensos, claroscuros, senderos mal señalizados, ruidos sombríos, oscuridad y desorientación, son los componentes fundamentales del film; amén de un discurso angustioso y rostros marcados por el pánico a lo sobrenatural.

Es el hombre moderno fuera de su entorno. Alejado de las grandes ciudades nacidas con la industrialización de los siglo XVIII y XIX. Sumergido en una naturaleza indómita que se diferencia profundamente de la mirada romantizada de los documentales “sobre animalitos y paisajes” de Disney y nos mete de lleno en montañas y bosques habitados por monstruos, seres feéricos, deidades y entidades del imaginario que cuidan, retienen, raptan y hasta matan a los incautos y descreídos.

Hansel y Gretel

Es la naturaleza reclamando el respeto perdido. Un espacio que, a través de sus misteriosos habitantes, se instituye como algo liminal, fronterizo, indefinido; en el que la razón se ve debilitada al punto de llegar a creer que cualquier cosa es posible. Incluso las brujas.

Con un lenguaje muy parecido, pero acudiendo a personajes imaginarios más acordes a los tiempos que corren (Pie Grande, por ejemplo), Paulides reaviva un temor de larga data, restaurando viejas historias medievales y modernas en un clima de misterios sobrenaturales y criptozoólogicos en pleno siglo XXI.

PARTE 2: NADA NUEVO BAJO EL SOL

Charles Fort (1874-1932), conocido como “El Profeta de lo Inexplicable”, se hubiese sentido contento y muy interesado por el programa que The History Channel emitió en Argentina el 11 de marzo de 2019, bajo el título “Desaparecidos”. Fort fue un hombre que se anticipó a su propio tiempo. Un curioso de las cosas extrañas. Un enamorado de eventos anómalos que rastreó en diarios y revistas archivados en las Bibliotecas Públicas de Nueva York y Londres; sembrando, muy tempranamente, una forma de ver el mundo repleta de aspectos maravillosos que, sólo varias décadas después, los cultores del Realismo Fantástico explotaron al máximo.

En más de un sentido, Fort fue un precursor. La ufología, tanto como la criptozoología y los cultores del misterio en general, están en deuda con él y su obra cumbre, El Libro de los Condenados (1919), en el que atacó de frente al positivismo dominante de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, denunciando la veta dogmática de los científicos de entonces; enrostrándoles un sin fin de noticias que aludían a “hechos” que la ciencia descartaba por considerarlos imposibles. Y a los que Fort llamó, precisamente, “condenados”.
Relacionó todo con todo. Sembró las semillas de muchos disparates futuros y, por el único hecho de haber sido un pionero en esas lides, se merece los trabajos que se escribieron sobre él.

Sólo por eso.

El saber misterioso que instaló, creció y, cual un monstruo omnívoro, se alimentó de variados temas. Engordó con el tiempo, ganándose fieles acólitos que promulgaron, en revistas “especializadas”, la incertidumbre forteana como principio y la irrealidad como parte de lo cotidiano; ensalzando lo que él llamaba (pretendiendo ser el científico que nunca fue) “estados dinámicos intermedios”. Algo a medio camino entre lo real y lo irreal. Una forma un tanto “dura” de referirse a lo liminal.

Tuvo miles de epígonos, pero en uno quiero detenerme brevemente, Robert Brenn. Un personaje tan misterioso como el libro que él mismo escribió y que titulara Apariciones y Desapariciones Misteriosas. El ejemplar que tengo en mi poder fue publicado por el Grupo Editorial G.R.M., S.L. de Barcelona en 2007. También se indica ―con idéntica fecha― otra edición hecha por Reditar Libros, S.L. de la misma capital Catalana. Pero ninguna de las dos son primeras ediciones. Se revela, casi a pie de página, una de noviembre de 2004. Así todo, tampoco esa es la edición original. Indagando por Internet aparece una de 1982 realizada por la Editorial Ramos Majos, que lo publicó en su colección de esoterismo y parapsicología. Y efectivamente, por los datos que el libro maneja, el estilo de escritura y las fechas de los casos exhibidos, es una clara obra de los ’80.

Me extrañó que hubieran querido hacerla pasar por más nueva de lo que era y, como no conocía al autor, Profesor Robert Brenn ―así, con el título universitario antepuesto al nombre― lo escribí en el buscador de Google, sin éxito.

No hay un solo dato de Brenn en internet. Es como si nunca hubiera existido. Su apellido sólo aparece asociado al único librito que aparentemente escribió. Una obra bastante poco académica en la que no hay una sola referencia bibliográfica, ni citas a pie de página, en sus 156 carillas.

Por su parte, el contenido del capítulo que nos interesa ―Personas que Desaparecen Misteriosamente― está repleto de errores. La mayoría de las desapariciones consignadas carecen de referencias, son falsas, o exageran sus posibles causas reales. Todo el libro parece un corte y pegue de sucesos extraños al que le inventaron el nombre de un profesor ficticio.

Aún así, cuando se lo compara con el trabajo de David Paulides, escrito más de veinte años después, las hipótesis forteanas del enigmático señor Brenn resultan ―teniendo en cuenta la diferencia cronológica anunciada― bastante originales. Casi podría conjeturar, sin pruebas concretas, claro, que Paulides parece haber consultado el librito en cuestión. Especialmente cuando, en el documental del History, se propone que las extrañas desapariciones se deben a la existencia de agujeros de gusanos, es decir, portales a otras dimensiones o planos de existencia.

Charles Fort (1874-1932) y Gray Barker (1925-1984)

De la misma manera, cuando Brenn especula sobre algunas misteriosas apariciones de personas previamente desvanecidas, retoma la hipótesis defendida por Charles Fort en la que sostiene la posibilidad de teletransportación (no sólo de seres humanos, sino de animales exóticos ―panteras negras, leones, cocodrilos, etc.― y seres que ―como Mothman, el Hombre Polilla de West Virginia― parecerían venir de otras dimensiones). También es esto Paulides abandona la originalidad. No hay nada nuevo bajo el sol. Las sombras, a las que tanto le gusta evocar, ya estaban densamente presentes desde hacía tiempo.

Incluso, la remotísima posibilidad de que “existan entidades cósmicas (o interdimensionales) que ocasionalmente se adentren en nuestra dimensión, de igual forma que los deportistas realizan safaris por África, para cazarnos”, ya estaba planteada. Y no sólo por Brenn, sino también por uno de los escritores más emblemáticos e influyentes de la ufología, Gray Barker, quien al ocuparse de los platos voladores dejaba entrever, en la década de 1960, que los extraterrestres “arrebataban gente”.

Brenn concluye: “Si tales individuos [los desaparecidos] son víctimas de secuestros cósmicos, de cazadores interdimensionales, de caídas en vacíos siderales, o de maquinaciones de personas perversamente hábiles y provistas de recursos inimaginables, sin embargo, queda en pie el hecho de que nuestra existencia está amenazada y que muchos de los que desaparecen jamás vuelven.”

PARTE 3: ENTRE MONSTRUOS, HADAS Y EXTRATERRESTRES

Que un ex policía haya decidido dedicarse a buscar personas desaparecidas en “circunstancias misteriosas” no tiene, en verdad, nada de raro. No sería el primero, ni el último, en encausar sus inclinaciones profesionales al ámbito de la esfera privada. Miles de antiguos funcionarios de la ley y el orden se reconvierten en detectives privados o empleados de empresas de seguridad, especialmente después del ataque a las Torres Gemelas (9 de septiembre de 2001), cuando el rubro se disparó hacia las nubes, convirtiéndose en uno de los negocios más redituables del mercado del miedo.

Lo que no es tan común es que un policía deje de serlo ―por el motivo que fuere― para dedicarse a perseguir al hombre salvaje de los bosques más famoso de los Estados Unidos y Canadá: Pie Grande (Bigfoot) y Sasquatch, respectivamente.

Esa sí es una reconversión singular que revela cierta concepción de la realidad que dudo sea compatible ―al menos oficialmente― con la de los departamentos estatales de policía. A no ser, claro, que alguna sección estilo X-Files exista en verdad. Pues bien, nuestro principal anfitrión en el documental del History Channel, David Paulides, dio ese paso; y de funcionario público se transformó en criptozoólogo, sin requerir para ello título universitario alguno.

Claro que él rechaza esa etiqueta y se niega a ser caratulado como “cazador de monstruos”, por más que los hechos demuestren que lo fue; y lo sigue siendo, enmascarándose detrás de una actitud negacionista con la que pretende mostrarse objetivo por el sólo hecho de no nombrar a Pie Grande de manera directa.

David Paulides

Paulides tiene más de criptozoólogo que de policía. Está más cerca de la pseudociencia que los rusos laman hominología, de lo que él mismo cree o quiere hacernos creer. Su paso por el bigfootismo lo llevó a indagar en los bosques; y los bosques lo llevaron a las personas misteriosamente desaparecidas (cold cases) en los parques nacionales de su país natal; demostrando cierta tendencia al conspiracionismo. Condición más que necesaria para poder desarrollar algunas de las estrafalarias hipótesis que venimos planteando desde el apartado anterior.

El propio Paulides escribió:

“Mi educación se obtuvo en la Universidad de San Francisco, donde recibí mis títulos de licenciatura y de posgrado [no indica de qué se recibió]. Siempre quise trabajar en la aplicación de la ley y ser un oficial de policía. En 1977 me uní a un pequeño municipio en el área de la Bahía de San Francisco. En 1980 me trasladé a la policía de San José, donde terminé mis 20 años de trabajo. Tuve la suerte de haber trabajado (…) en crímenes callejeros, SWAT y en una variedad de designaciones como detective. Antes de dejar el Departamento de Policía de San José recibí la oferta de trabajo en el área de tecnología, donde gané mucho dinero. (…) Finalmente, me retiré al recibir una inusual proposición: probar la existencia de Pie Grande. Me dieron fondos para verificar si (…) era un engaño o un bípedo viviente. Después de muchos años, (…), escribir dos libros y obtener muchas muestras de ADN, lanzamos el estudio más grande que se haya realizado. Se analizaron más de 100 muestras y se completó el estudio de ADN de la doctora [Melba] Ketchum. (…) Ocho doctores más pusieron sus credenciales en el centro de la atención pública y ayudaron a redactar un documento. (…) Trece laboratorios externos realizaron las pruebas y validaron los resultados.”

Conclusión: Pie Grande existía y era un híbrido resultante de la unión de un macho perteneciente a una especie desconocida de homínidos y una hembra Homo Sapiens Sapiens.

Según parece, la comunidad científica no estuvo de acuerdo con el ex policía, ni con la rimbombante North America Bigfoot Search, que Paulides dirige; y que, afirma, es la única asociación dedicada al estudio del críptido a tiempo completo.

En 2013, a un año del lanzamiento de la apabullante noticia, Sharon Hill ―consultora científica del Center for Inquiry dependiente de la revista Skeptical Inquirer― desnudó los pormenores de la investigación de Melba Ketchum, poniendo en evidencia la falta de seriedad científica a la hora de dar a conocer los resultados.

Ningún investigador serio da sus conclusiones a la prensa sin que antes sean evaluadas por sus pares, ni haber publicado el trabajo en alguna revista especializada. Pero fue lo que ocurrió. Y, como es lógico, el circo mediático le sacó el mayor jugo posible.

Cuando, finalmente, Ketchum autopublicó el paper, tres meses después de sus declaraciones a los medios, las pruebas eran menos que insuficientes y, por largo tiempo, se discutieron sólo por foros, facebook y blogs de Internet. Todo resultó muy poco confiable, pero la fama que Discovery Channel le había dado a la veterinaria desde 2008 ―cuando apareció en uno de los capítulos de la serie Destination Truth― fue suficiente para validar sus arriesgadas conclusiones (sólo apoyadas por un nutrido número de organizaciones dedicadas a la búsqueda de Pie Grande, incluida la de Paulides). Entonces, cuando el furor por el genoma sasquatch se acalló (vergonzosamente), el ex policía cambió de rubro, aunque el escenario siguió el mismo.

Tal como Paulides relata, en cierta oportunidad, estando en un Parque Nacional junto a dos guardias que permanecían esa noche de servicio, éstos le comentaron sobre todas las búsquedas en las que habían participado en pos de personas misteriosamente desaparecidas, de las cuales no se llevaban registros de ningún tipo. Muchas explicaciones permanecían pendientes. El gobierno federal parecía esconder algo. Un peligro latente sobrevolaba los inmensos bosques de América del Norte. Ese fue el comienzo de su nueva investigación y del proyecto CanAmMissing. Otra teoría conspirativa empezaba a tomar forma.

Desde entonces, David Paulides ha publicado siete libros sobre el tema. Una colección de casos ―repetitiva y tediosa― que, por U$S 200 el ejemplar, puede uno adentrarse en los aspectos más oscuros de los bosques de Norteamérica; en donde niños, mujeres, experimentados montañistas y exploradores, se desvanecen ―dice― bajo las más extrañas circunstancias, sin dejar un solo rastro.

Estamos ante un nuevo Triángulo de las Bermudas. Sin mar, olas, ni simas insondables que pudieran esconder bases extraterrestres submarinas. Sólo árboles y montañas. Sitios ideales para mantener en tensión a la imaginación y conservar el misterio vivo por largo tiempo. Esa es la meta y eso es lo que Paulides ha conseguido con creces, a partir de libritos autoeditados, caros, mal escritos y sin fundamento científico alguno. El de Paulides resultó ser un currículum ideal para ser convocado por el History Channel.

Sin comprobar ni verificar debidamente los casos y fundándose muchas veces sólo en rumores, el ex policía devenido en escritor peca de inocente cuando cree que con sólo decir “esto es cierto” todo el mundo asentirá complacido ante sus palabras. Aún cuando sea propenso a sugerir que Pie Grandes, hadas y extraterrestres son los principales responsables de las desapariciones.

La verdad es que hay muy pocas cosas raras detrás de las desapariciones de personas en bosques y montañas lejanas, abruptas y mal señalizadas. Ya lo hemos dicho: los accidentes ocurren, pero el autor fuerza sus explicaciones. Las lleva por terrenos literalmente enigmáticos, en los que lo paranormal parecería transformarse en normalidad. Sus hipótesis lindan con lo conspiranoico y consigue, a partir de dramas reales, elaborar una mezcla que bien podría incluirse en una colección de Realismo Fantástico. No en vano sus libros pueden ser adquiridos en portales dedicados a lo esotérico, lo criptozoológico y, especialmente, en la página Web correspondiente al North America Bigfoot Search.

Todos aquellos que hayan indagado en tópicos parecidos habrán advertido que la mentira, la exageración, la ingenuidad y el sensacionalismo se dan la mano. Una lumpenliteratur ―por demás comercial― invade las estanterías de bibliotecas y librerías, presentadas por místicos y crédulos que se han desecho por completo de la duda y, partiendo de conclusiones, pretenden probar que el mundo es hoy tan maravilloso (y peligroso) como lo era en el medievo. Ser lógico, exigir pruebas de lo que se dice, significa ser caratulado como un “materialista cerebro cerrado”, sin importar la falta de rigor científico que expongan en sus libros y programas de televisión.

Hasta su aparición en el History, Paulides no explicitaba sus creencias, aprovechándose de un lenguaje ambiguo en el que nunca aparecían nombrados piegrandes, hadas o alienígenas. Siempre eran “fuerza ocultas” ―“Algo”― lo que producía que la gente desapareciese. Se jactaba de poner únicamente los datos sobre la mesa, pero inducía al lector a recorrer el camino que él deseaba.
Según consta en los anales de la criptozoología, las criaturas salvajes que genéricamente llaman “bigfoots” suelen tener, en su mayoría, un comportamiento tímido, elusivo, poco proclive al contacto y nada violento. Dicen que, ante la presencia del hombre prefiere alejarse, ser indiferente y muy poco (nada) comunicativo.

En el imaginario occidental el hombre salvaje no tiene mala prensa, y a no ser por algunas películas clase B que lo tienen por protagonista, se lo suele mostrar pacífico, amante de la naturaleza y temeroso del ser humano, quien ―dentro del discurso ecologista en boga― es el que hace las veces de villano.

Pero como la excepción hace a la regla, en algunos casos nuestro hirsuto hombre mono manifiesta comportamientos violentos, siempre matizados y justificados por el discurso criptozoológico esgrimiendo causas que, casi siempre, dejan mal parado al testigo (incitador de la agresión) y no a la bestia.

Que en el folclore de muchas tribus el Hombre Velludo sea visto como “Nuestro Hermano del Bosque” vuelve un poco difícil la mirada torcida que podamos tener hacia él. De todos modos, eso no quita que se afirme que algunas de sus muchas variedades sean proclives al secuestro de mujeres, violaciones, robos y feroz competencia con los hombres a la hora de la caza (siendo la de ellos, casi siempre sustentable).

Es lo que Discovery Channel difundió en un documental puesto al aire en 2014; aunque en aquella ocasión, haciendo referencia al abominable hombre de las nieves ruso, el Menk.

Con Paulides tuvimos que esperar a que saliera por televisión para que se sacara la máscara y exhibiera sin vueltas sus argumentos fantásticos. Aunque esta vez no tan inclinados hacia el misterioso homínido merodeador de bosques (no descartamos que en breve lo haga), sino hacia los enigmas de otros mundos y dimensiones alternativas.

Para ello, la millonaria productora eligió dos lugares emblemáticos: el Monte Shasta y Mesa Verde. Dos sitios que, al igual que el Cerro Uritorco en Córdoba (Argentina), arrastran una larga historia de esoterismo, misteriosas ciudades subterráneas, seres extraños y presencia alienígena.

La Cordillera de las Cascadas, al norte de California ―en donde se levanta el Monte Shasta― es depositaria de un riquísimo patrimonio cultural y natural, sabiamente explotado desde hace décadas. La rica historia prehispánica y los bellísimos paisajes la convierten en un destino turístico privilegiado y masivo. Cientos de miles de viajeros recorren su intrincada geografía, reconociendo al mismo tiempo la existencia de un tercer patrimonio, tan movilizador como los dos primeros. Uno que es intangible, etéreo, poderoso y omnipresente; y que ―evidenciando la fuerza que tienen las leyendas― se ha convertido en el polo de atracción de un turismo alternativo, esotérico y ufológico por demás interesante.

No en vano David Paulides y la “Gran H” eligieron para su programa documental la dramática desaparición ―sin dejar ni un solo rastro― de Carl Herbert Landers, acaecida el 22 de mayo de 1999, mientras ascendía hacia la cumbre del Monte Shasta.

Con una altura de 4322 metros y su permanente cima cubierta de nieve, “La Montaña Mágica”, como también es llamada ―un volcán dormido desde hace más de 300 años― se impone sobre un paisaje cordillerano, salpicado de bosques y lagos, al tiempo que convoca a numerosísimos grupos religiosos de la New Age, que buscan la luz, la paz y la armonía cósmica bajo su mística sombra.

Desde los tempranos años ’30 del siglo pasado, Monte Shasta devino en espacio sagrado para miles de espiritualizados turistas, quienes no han dudado en transferir retroactivamente sus creencias al pasado remoto de la región, tiñendo sus laderas de conceptos e ideas místicas, la mayoría de ellas provenientes de la teosofía y otras corrientes esotéricas, como la de los Rosacruces.

Con el tiempo, ufólogos heterodoxos y criptozoólogos, contribuyeron con sus granitos de arena, transformando la zona en un perfecto combo de misterios, a los que se le sumaron las extrañas desapariciones promocionadas por History y Paulides.

Fenómenos anómalos, distorsiones en el espacio/tiempo y energías inexplicables recorren ―según dicen― sus valles y cañadas. “Lugar de poder” que, en apariencia, convoca de manera constante a naves extraterrestres; que sobrevuelan, entran y salen de la montaña, según acreditan numerosos testigos.

Como centro sagrado del universo y axis mundi (eje del mundo), Monte Shasta no es un sitio que sea vivenciado de un modo profano. Es mucho más que una postal. Toda la región por él influida constituye un espacio trascendente, en el que las realidades materiales se diluyen entre leyendas, rumores y mitos (de los cuales, el de Pie Grande es sólo uno de ellos).

En efecto, las denuncias que aseveran el deambular de nuestro hirsuto personaje se cuentan de a miles. Y no faltan los especialistas que le atribuyen poderes que van más allá de lo que los criptozoólogos clásicos están dispuestos a admitir. Es que los elusivos sasquatchs no sólo echan por tierra los conocimientos y evidencias acumuladas por la antropología, sino que también rompen con las leyes de la física, al considerarlos capaces de viajar de una dimensión a otra, poseer visión remota y la facilidad de la telepatía; lo que explicaría ―según estos razonamientos― la imposibilidad de capturarlos. Tampoco faltan los que arguyen que son seres híbridos, productos de la manipulación genética extraterrestre, puestos a vigilar regiones importantes del planeta. Y, como era de prever, el Monte Shasta no pudo quedar a margen.

Pero la exótica otredad de la cordillera no se limita a exhibir gigantes peludos.

En los últimos tiempos, más de un visitante ha jurado ver “gente pequeña” deambulando por los bosques vecinos. Gnomos. Seres feéricos emparentados con los espíritus de la naturaleza que, haciendo de las suyas, le agregan a la zona el condimento mágico que parecía faltarle.

Tampoco es casual que los libros de Paulides sugieran, en consonancia con estos enanitos, que extrañas señoras (hadas) sean las responsables de las desapariciones temporales de niños, acercándose así a la mirada que del fenómeno ovni diera el sobrevalorado especialista Jacques Vallée.

Pero esto, no es todo.

Los amantes de los mundos subterráneos pueden encontrar en monte Shasta no sólo bases secretas para naves de otros planetas, sino también místicas urbes de origen lemuriano, depositarias de milenarios secretos de humanidades pasadas, como la famosa ciudad de Telos, en torno a la cual se ha desarrollado un interesante e intrincado culto.

Del mismo modo, la otra región consignada como escenario de lo extraño, Mesa Verde (Colorado), arrastra una dilatada historia inventada de sucesos extraordinarios, muy convenientes al momento de explicar las desapariciones misteriosas de seres humanos. Para ello, Paulides abrevó en el desgraciado caso de Mitchell Dale Stehling, un hombre de 51 años que, tras salir a recorrer un escarpado sendero, en pos de una pared llena de petroglifos, desapareció el 9 de junio de 2013.

Mesa Verde es un sitio arqueológico perteneciente a la cultura de los Anasazi. De ella se ha dicho ―y se sigue diciendo― de todo. Los espacios en blanco de su historia se rellenan con fantasías y explicaciones en extremo improbables, en donde no faltan los alienígenas, las consabidas energías espirituales y los siempre presentes portales a otras dimensiones. Mucha responsabilidad en todo ello le cabe a la serie X-Files, que exhibió al mundo entero el aspecto más fantástico de esta compleja cultura norteamericana, siguiendo los lineamientos que dieran los partidarios de la llamada “teoría de los Antiguos Astronautas”, desde la década de 1970.

Es mentira que no haya explicaciones sobre la mentada desaparición de este pueblo. Tanto la historia como la arqueología han probado que el asentamiento de Mesa Verde, Cañón Chaco y decenas de otros más, fueron abandonados a mediados del siglo XII d.C. debido a una combinación de factores bien terrestres: sequías, conflictos internos e inseguridad. The History debería saberlo, pero es mucho más redituable vender humo, amparándose en el desconocimiento general que se tiene de ése (y otro) pueblos.

Distorsionar el pasado se ha vuelto algo común. Vender la hipótesis de que los Anasazi “volvieron a las estrellas”, de donde procedían, es de una ingenuidad y una ignorancia sin límites. Un acto de deshonestidad intelectual con el que sólo se persigue audiencia, auspiciantes y dinero. Mucho dinero. Que es el que embolsan sin que les tiemble la pera de vergüenza.

Como ya hemos dicho, el enmascarado recato que Paulides mostró en su colección de libros ―incentivando elegantemente a creer en explicaciones por demás delirantes― desaparece (como las personas que dice buscar) en la hora y media que dura el documental del History Channel. Tanto es así que no duda en informar que Mesa Verde contenía en algunas de sus kivas ceremoniales (habitaciones circulares excavadas en el suelo) verdaderos portales dimensionales, capaces de enviar a la gente a otras realidades, como ocurriría con los hipotéticos agujeros de gusanos de la astronomía especulativa.

Para el ex policía, el pobre de Dale Stehling se habría topado inadvertidamente con una de esas “puertas”. Ergo, la conexión con los desvanecidos Anasazi es más que clara. ¿Estará esta desconocida etnia en otra dimensión? ¿O habrán utilizado esas maravillosas kivas para viajar a su planeta de origen?

A esta altura de la cuestión, cualquier cosa es viable.

Paulides quiere creer. Por ende, cree. Y difunde su dogma por todos los continentes, eludiendo a la razón y a casi un siglo y medio de estudios arqueológicos serios.

De todos modos, su proceder ―y el de sus seguidores― no deja de ser de sumo interés para la historia de las mentalidades, en especial la del pensamiento mágico, que parece haber invadido los nichos televisivos y las decenas de editoriales que se dedican a difundir historias de neto corte fantasioso, exudando un anhelo manifiesto por lo oculto.

PALABRAS FINALES

“Cuando escucho el sonido de cascos en el campo,
pienso en caballos, no en unicornios” (La Navaja de Occam)

Las historias no bastan. Son insuficientes para establecer la verdad de un hecho. Se necesitan evidencias que las avalen. Caso contrario, son sólo relatos más o menos verosímiles de los que no podemos aseverar nada con seguridad.

La desaparición de personas en ámbitos naturales como las expuestas por David Paulides en History Channel merecen ser investigadas seriamente, sin el sensacionalismo circense al que la televisión nos tiene acostumbrados.

Estamos tratando con seres humanos y sus angustiados familiares. Nada legitima lanzar especulaciones fantásticas cuando un hijo, una madre, un marido, se desvanece sin dejar rastros. La búsqueda de respuestas a “casos abiertos” (cold cases) no habilita a decir cualquier cosa. Pero es lo que ocurre.

Cuando procesos y causas normales no logran explicar satisfactoriamente los eventos investigados, el razonamiento suele deslizarse hacia lo sobrenatural, más allá de las afirmaciones verificables de la ciencia. Estamos, pues, ante un proceder bastante común que se exacerba cuando quien lleva a cabo la investigación es un declarado (o no declarado) “creyente” de realidades alternativas francamente delirantes. Decenas de criptozoólogos, ufólogos y parapsicólogos, incluso legiones de periodistas, siguen ese camino de “arrastramiento sobrenatural”, como señala Sharon Hill , alimentando el infinito campo del misterio y evidenciando que, ante la disyuntiva de tener que elegir entre una creencia y una explicación racional, ésta última es la que se rechaza.

Es posible que algunas desapariciones sean resueltas en los años venideros, pero sabemos que otras muchas quedarán sin explicación.

Ya no somos tan optimistas como los historiadores positivistas del siglo XIX, que creían que sólo era cuestión de tiempo para poder conocer toda la historia “tal cual ocurrió”. Hoy sabemos que muy probablemente muchos nichos del pasado jamás podrán ser conocidos por falta de datos y que tendremos que convivir con ellos, muy a pesar nuestro.

A menos, claro, que se prefiera rellenarlos con “tonterías bien dichas”.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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