María Cecilia Galera es joven, bonita y socióloga especializada en prácticas religiosas en el espacio público. Su laboratorio son altares callejeros, parroquias barriales o santuarios improvisados en los cementerios. Desde hace cuatro años recopila y estudia todo lo que se dice, se cree y se hace alrededor del Gauchito Gil y San La Muerte. Investiga ambas devociones a la vez porque son casi paralelas. Según la leyenda, Gil era un gaucho rebelde imposible de matar a balazos porque tenía una imagen de San La Muerte en el cuerpo, como paye protector. Por cierto, se dice que tuvo que darle al verdugo su propio facón, y develarle una profecía, para que lo pudiera degollar y obtener la santidad que lo habilita a hacer milagros. Desde el 8 de enero de 1874, cuando fue asesinado, ambos cultos van de la mano.
La investigación de Cecilia Galera destierra los lugares comunes instalados por los medios, que relacionan estas devociones con personas de clase baja, sin educación y afines al mundo del delito. Si bien por su trabajo debe visitar santuarios “con fuerte presencia masculina”, hasta hoy no tuvo problemas. No cree en su suerte: “Soy precavida y confío en la gente”, explica. En esas excursiones es acompañada por su director de tesis, colegas o fotógrafos, y durante alguna conversación siente que debe moderar su fascinación. “¡Nunca pude fingir apatía! A veces lo que me cuentan es tan interesante que escucho confiando en que el otro interprete que mi interés es solo intelectual.”
Hasta ahora, el único flechazo certero partió del Gauchito Gil. Cuando no sabía que él iba a ser el centro de su tesis doctoral, la imagen del santo custodiaba sus viajes de Neuquén a Buenos Aires, donde venía a estudiar. Por la ventana del micro Cecilia veía los altares, “esos mojones rojos clavados a lo largo del camino cautivaban mi curiosidad, junto a las imágenes de la Difunta Correa”, otra famosa finada rutera, rodeada de botellas de agua, las que le faltaron cuando, en medio del desierto sanjuanino, necesitó para no morir de sed.
Las devociones a gauchos milagrosos están muy extendidas a lo largo de la historia y la geografía del país. Allá lejos y hace tiempo estuvieron el Gaucho Lega, el Gaucho Cubillos, el Gaucho Quiroz, José Dolores, Bairoletto… algunos de ellos, mientras vivieron, con fama de curanderos, justicieros a la Robin Hood y muertos por la “ley”. Reeditado hace 35 años, el “Diccionario Folklórico Argentino” (Plus Ultra, 1981) de Félix Coluccio, Secretario de la Comisión Internacional Permanente del Folklore, prueba el Gauchito Gil no es lo que era: el gauchito milagroso más conocido en la actualidad ni siquiera figura en el diccionario.
CADA DÍA MÁS VISIBLE
Los camioneros son los grandes difusores de la devoción por el Gauchito Gil: estacionan el vehículo cerca de un árbol, o en un cruce de caminos, y arman un templete donde entronizan una imagen a la cual prender velas, rezar, tocar y ofrendar en una actividad constantemente renovada por otros promeseros. Ellos hacen pedidos muy específicos (salud, trabajo, vicios, estudios, desengaños…) y su devoción convive sin conflictos con otras como San La Muerte, San Expedito, la Virgen Desatanudos, la Virgen de Luján o la Virgen de San Nicolás. La fuerte emigración y migración interna de correntinos explica su dispersión, sobre todo desde 1995 hasta el fin de la convertibilidad. Hay altares del santo viajero en rutas de todo el país. “Curiosamente –señala Cecilia– hay menos altares en las rutas de Corrientes, acaso porque allí está el santuario principal, la Cruz Gil”. En los medios el santito gaucho es un tema habitual y en la web proliferan los sitios dedicados a él.
Cuando el Gauchito Gil entró en la ciudad se le comenzaron a construir altares en zonas muy visibles, céntricas y transitadas, que fueron creciendo con el tiempo. Eso le permitió a la licenciada Galera seguir el fenómeno más de cerca y compartir más tiempo con los devotos. Pronto se interesó en otra cuestión clave: pese a que la gran mayoría de sus fieles se reconocen como católicos, el Gauchito Gil no cuenta con el aval “oficial” de la Iglesia. Ella comenzó a indagar qué podían significar, o cómo los creyentes podían saltear, esos desencuentros. La ortodoxia católica mira a ese gaucho en la cruz con displicencia. “Pero su imagen es, dentro de todo, amigable para la cultura argentina”, explica Galera, actualmente becaria del CONICET.
Mayor impacto le causó San La Muerte, un esqueleto con guadaña cuyos devotos son crucificados por la prensa, que suele cargar las tintas vinculándolo con la delincuencia. “Siempre me acerqué a estas prácticas e historias desde la curiosidad y el respeto, no desde el temor o la estigmatización”, sigue Cecilia. “Me causan simpatía, interés y a veces necesito defenderlas de los ataques que reciben desde los medios o el sentido común, que las encasillan sin mucho conocimiento en la delincuencia y las cárceles. Es un fenómeno complejo, dinámico, con un potencial creativo donde se mezclan y adaptan tradiciones religiosas diversas y cada santuario funciona como un centro autónomo de devoción donde se brindan conocimientos y prácticas que no están regulados o centralizados de ningún modo”.
PODEROSA INFLUENCIA POSTMORTEM
Hay múltiples versiones sobre la vida anterior de Antonio Mamerto Gil Núñez, también llamado Curuzú Cruz Gil. Y si bien algunos dudan de su existencia, su fuerte presencia simbólica está fuera de discusión. “Es una realidad que influye lo que la gente cree, a dónde deposita su fe, su energía, su esperanza de cambio, de sanación, de mejoría. Que influye también en su economía, en las relaciones sociales y en sus prácticas cotidianas”, abunda Cecilia.
En su libro “Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil”, la periodista Gabriela Saidon trajo la voz del cura chamamecero Julián Zini, ordenado en 1963, integrante del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y convencido de la existencia de un Gauchito histórico. “Si hay una cruz es porque vivió alguien y cayó allí”, dice Zini. “Es una vieja costumbre, desde las misiones, desde la primera evangelización, que está en nuestra manera campesina de honrar a nuestros muertos”.
En 1970, el padre Zini compuso dos canciones dedicadas al Gauchito, que son la cortina musical de cada celebración del santo. Allí, en el mojón 101 de la ruta 119, a ocho kilómetros de Mercedes, provincia de Corrientes, en el sitio donde supuestamente fue colgado en 1874, sus devotos erigieron el santuario. “El color del gaucho, que era celeste, cambió a rojo porque el rojo vende más”, le confió a Saidon José López, hijo de un ex presidente del Centro de Devotos Cruz Gil que explota comercialmente la figura del Gauchito. No hay unanimidad sobre la cuestión. Algunos sostienen que el color rojo tenía que ver con su filiación con los federales; para otros, por la sangre derramada de un inocente.
Justo frente al santuario de Mercedes estaría enterrado el coronel indio Juan de la Cruz Salazar, el verdugo de Antonio Gil. Dicen que ese es un sitio condenado, un terreno donde nunca funcionó nada. Con él comienzan las historias de milagros relacionadas con los poderes postmortem del Gauchito, que da o quita premios y castigos a quienes se acercan o alejan del santo. “No le vayas a prender un cigarrillo cuando está enojado. Ni hablarle. Y cuando él te perdona y te entiende recién prendés un cigarrillo y ahí sí fuma”, le revelaba a Saidon doña Ramona, al pie de un templete en La Carolina, en zona sur.
Dice la leyenda que Antonio Gil fue un gaucho buscado por desertor de la guerra del Paraguay, que se negó a derramar la sangre de sus hermanos y se fugó de la ley. Gil robaba a los hacendados para repartir entre los pobres, quienes le ofrecían algo de comer o refugio donde guarecerse. Hasta que un día, al salir de una fiesta, fue capturado por las fuerzas del orden. Un 8 de enero el coronel indio lo colgó boca abajo en un algarrobo para degollarlo. “Cuando llegues a tu casa vas a encontrar a tu hijo enfermo, pero yo te lo voy a curar”, le advirtió el gaucho. De la Cruz Salazar le cortó el cuello y cayó sobre el suelo un talismán de San La Muerte trabajado en hueso. La copiosa sangre del gaucho se evaporó al tocar tierra. Cuando el militar llegó a su casa encontró a su hijo enfermo, como le avisó el gaucho, por eso regresó a donde había dejado el cadáver y le dio cristiana sepultura, junto al algarrobo y una cruz.
SIN RECONOCIMIENTO OFICIAL
Durante su investigación Cecilia comprobó las curiosas interacciones que mantiene esta devoción con la Iglesia Católica, ya que, si bien “no es reconocida” institucionalmente, está en la vida real de las parroquias y barrios donde la Iglesia hace pie. “El Gauchito Gil no cumple con los requisitos para obtener su beatificación, pero aún así está en los márgenes de la institución e interactúa constantemente con ella, haciendo que el límite sea más difuso”, observa Galera.
De este “reconocimiento popular” también forma parte el acercamiento eclesiástico. Es un hecho que la Iglesia ha comenzado a ganar espacios en los festejos del 8 de enero, cuando la Cruz Gil recibe miles de devotos de todo el país. “Se dan misas, rezos organizados por representantes eclesiales y la tradicional peregrinación a caballo de la imagen comenzó a llegar y entrar en la catedral del pueblo. En villas y asentamientos del conurbano está ‘el cura amigo’ del santuario, que accede a confesar devotos, curanderos o bendecir un altar. Ellos le dan un plus socialmente válido de legitimidad”, dice Cecilia.
Los reparos de los sacerdotes son otros. Tanto en Corrientes como en diversos santuarios y altares el Gauchito es considerado “un difunto querido por el pueblo y muerto injustamente, no lo conciben santo”. Pero a la gente esto no parece importarle demasiado. Lo que más parece importar es que el santo cumpla. “Al comienzo –sigue Galera– me cautivaba la cantidad de milagros presentes en la cotidianeidad de las personas, cómo interpretaban lo que sucedía en sus vidas a partir de su relación con el santo. Ese vínculo espontáneo, sin tantas mediaciones, supone una comunicación directa, personal y cotidiana con lo sagrado”.
Una tarde la socióloga se encontraba en la Cárcova de José León Suárez y le tocó escuchar algo que acababa de suceder. Luego supo, a través de su propio protagonista, que un cura villero había organizado una serie de actividades con el Gauchito Gil y sus devotos dentro de la villa. “Trajo de Corrientes una cruz bendecida por el obispo local para entronizarla en la capilla que estaban inaugurando en el centro del barrio junto con una imagen del Gauchito. Fue a dar misa y bendecir en los altares al Gauchito de la estación José León Suárez, organizó una peregrinación y bautismos el 8 de enero, repartieron volantes de la Iglesia donde aparecía una versión de su leyenda y una oración para rezarle. O sea: recurrieron al Gauchito para apelar a las creencias de los vecinos y atraerlos a la institución a partir de un símbolo que le resulta propio y cercano”.
Esta apropiación de una imagen profana para la Iglesia es otra versión del famoso “si no puedes contra ellos, únete”. Por cierto, Cecilia también conoció a curas villeros que tomaban cualidades y valores del Gauchito –su sentido de justicia, solidaridad, humildad, etc.– para conversar con jóvenes sobre sus conflictos con las drogas o con la ley. “El sacerdote –señaló– hacía una relectura identificando algunos valores cristianos con los que ellos podían identificarse”.
Galera insiste en que su desafío fue “no quedar atrapada en el sentido común y reproducir prejuicios, que a veces, sin ser nosotros conscientes de ellos, limitan la observación”. Su investigación está encaminada: ha recogido una cantidad inmensa de testimonios que “la corrieron de sus expectativas” y le permitieron ver más allá de lo que sus ojos pueden ver.
Cuando al costado de la ruta vemos cómo el viento hace flamear los trapos rojos, en aquellos altares colmados de velas, estampitas, puchos, botellas, rosas y riachos de cera derretida, cuando vemos todo eso, debemos saber que la increíble carrera del Gauchito Gil comenzó dos siglos después de su muerte y es parte de una historia que aún no se termina de escribir.
Cecilia Galera, la socióloga, no se considera devota. Pero lleva un lazo rojo en la muñeca.
(Esta nota es una versión ampliada de El Gauchito Gil, el ladrón de fieles, publicada en Yahoo! Argentina)
ENLACES RELACIONADOS
Pancho Sierra en Salto (blog especializado por Alejandro Frigerio y Diego La Vega de Diversa).
Pancho Sierra, el gaucho reinventado (Galería). Por A. Agostinelli. En Yahoo! Argentina
¡Santas banquinas! Devotos de los santos populares. Por A. Agostinelli En «AbroComillas
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El antimilagro de San Nicolás, el primer contratiempo. Por Gabriel Michi
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El gauchito que convive entre los santos Por A. Agostinelli